El sueño de todos los niños es tener una habitación gigantesca
llena de juguetes. Y yo debería haber sido feliz porque la tenía. Pero no
quería dormir allí porque sentía que ocurrían cosas muy raras cuando mi madre
apagaba la luz y cerraba la puerta de mi habitación. De repente se iluminaban
los ojos del oso de peluche, Quino el payaso parecía arrastrase por el suelo y
todos mis muñecos discutían sobre como matarme sin que se dieran cuenta mis
padres. Pero lo peor no era eso, lo peor era que había alguien debajo de mi
cama que golpeaba el colchón haciendo que temblara toda la litera.
Yo gritaba aterrorizado, entonces mi madre volvía corriendo
y en ese momento se acababan los ruidos que tanto me asustaban. Mamá me
acariciaba el pelo y me decía que era una pesadilla y que no había nada extraño
en mi habitación. Me obligaba a levantarme, me enseñaba que Quino seguía en su
caja, que mis muñecos seguían descabezados como yo las había dejado y luego se
ponía de rodillas y me hacía mirar debajo de la cama. Primero miraba ella y con
una voz amable me tranquilizaba diciendo que no había nada allá abajo,
levantaba la colcha y me pedía que mirara yo. Y no había nadie, nunca había
nadie, todo era mi imaginación, y así lo fue hasta la noche en que pude verla. Era
una niña con el pelo castaño enmarañado, vestida con un camisón sucio y tumbada
boca abajo en el suelo. Me miró tristemente y alargó el brazo para agarrar el
mío. Recuerdo que comencé a chillar de forma desesperada. Mi madre me puso en
pie, luego me abroncó diciendo que allí no había nadie y que yo era una niño miedica
y molesto. De todas formas, esa noche
dormí en la cama de mis padres y pude descansar de mis miedos.
Pero a la noche siguiente me volvieron a acostar en mi cama
y cerraron con llave la puerta de mi habitación. Justo en ese instante volví a
escuchar como reptaba por el suelo Quino el payaso, mis madelman volvían a discutir
la mejor forma para descuartizarme y los ojitos del oso se iluminaban como una
antorcha que enfocaba justo debajo de mi cama. En ese momento sentí como la cama
comenzaba a temblar y como algo se arrastraba debajo del colchón. Grité y grité,
pero esta vez no acudieron mis padres. Con miedo miré por debajo del borde de
la cama y pude ver como se asomaba la niña del pelo enmarañado de la noche
anterior. Me miró a los ojos y sonrió.
¿Quién eres? Le pregunté. “Yo
soy tú, lo que deberías haber sido y lo que no eres, lo que puedes ser y lo que
vas a ser”
Lentamente se puso en pie. Era un poquito mas baja que yo,
mas flaca y parecía menos fuerte. Yo estaba muy asustado, temía por mi vida,
pero esa niña era débil, estaba seguro de que podía ganarle en una pelea, así
que decidí luchar por mi vida. Salté desde la cama y me abalancé contra la niña
del camisón sucio. Pero cuando intenté agarrarla noté que mis manos
desaparecían en su cuerpo, me estaba absorbiendo. Mi cuerpo se estaba diluyendo
dentro del suyo. Intenté resistirme, pero no podía, poco a poco mis piernas y
el tronco desaparecieron. Sólo me quedaba intacta la cabeza cuando me dijo “No te resistas, porque estás a punto de conseguir lo que
siempre has deseado”
Cuando amaneció, aún seguía tumbado sobre la cama, estaba
cubierto por mis muñecos, Quino el payaso estaba sentado sobre mi pecho y el
osito de peluche aún tenía los ojos encendidos pero esta vez apuntaba
directamente a mi cara. Con grandes manotazos aparté los juguetes y me puse en
pie. Iba vestido con el camisón de una niña y tenía el pelo castaño oscuro. De
nuevo grité como un loco y se abrió la puerta de mi habitación. Entró mi madre
que me abrazó amorosamente y me dijo: “Nunca más tendrás que asustarte de la noche. Yo siempre he querido
tener una hija y tú siempre has querido ser una niña. Ahora lo eres y los dos
vamos a ser felices” Me miré en el espejo y el reflejo me mostró a
la niña que vivía debajo de mi cama, su cuerpo era mi cuerpo. “Ahora te llamas Carmen
y vas a ser una feliz” dijo mi mamá.
Era feliz, estaba a gradecida a mis muñecos y al monstruo
que se escondía debajo de mi cama por este gran regalo. Entonces me acaché y
miré debajo del colchón, y contemplé como mi viejo cuerpo de niño era rápidamente
tragado por el suelo mientras intentaba agarrar mi brazo y susurraba entre
quejidos “Por favor no me hagas esto, ese es mi
cuerpo, esa es mi vida, no me la robes”
Han pasado casi quince años desde que ocurrió esto. Ahora
soy una mujer feliz que cuida de su hijo y lo quiero tanto que le he construido
una gran habitación de juegos con una gran cama y un montón de muñecos para que
juegue, porque, tal vez, los milagros se repitan.
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