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jueves, 18 de julio de 2019

La Subasta

Cuando los periódicos anunciaron que Marta sufría un cáncer terminal el mundo entero se alarmó. Marta probablemente era la más bella, la más inteligente y la mujer con más talento del último siglo.
Pero cuando se supo que en tres meses de reloj los médicos desconectarían las máquinas que la mantenían con vida fue comenzó la subasta.
Una vieja excéntrica de Rusia se ofreció a cambiar de cuerpo con ella y ser la que muriera en lugar de Marta. Apenas dos horas después una dama brasileña ofrecía su cuerpo de 40 años para intercambiarlo con el de Marta. Al día siguiente fue un caballero inglés de poco más de 20 el que se ofreció voluntario para morir en el cuerpo de Marta. Esta oferta la mejoró un Patricio romano que ofreció su cuerpo y su fortuna entera por ser Marta tan sólo los dos últimos meses de su vida.
Mientras la subasta continuaba yo no paraba de sufrir. Desde niño había admirado la elegancia de Marta. Su forma de vestir y de caminar. Me quedaba embobado observando los brillos dorados de su pelo y escuchando su voz suave y melodiosa. Mientras duraba la subasta estaba horrorizado pensando que querían expulsar al espíritu de Marta de su cuerpo bendito. No soportaba la idea de que un extraño pudiera convertirse en la mujer que tanto amaba y tanto deseaba.
Pero la subasta seguía. Los millonarios de todo el país estaban dispuestos a gastar su fortuna entera por la suerte de ser Marta durante unos pocos días. La subasta ya alcanzaba los 50 millones de euros y un cuerpo de 24 años por ser Marta tan sólo una semana.
Y yo continuaba sufriendo. Sabía que había nacido para amar a Marta y para que ella me amara. Estaba desesperado y dispuesto a cualquier cosa para estar con Marta, aunque fuera un instante, un solo segundo en el que se cumpliera el gran sueño de mi vida.
La subasta continuaba alocada. Un tipejo se ofreció a cambiar de cuerpo con ella seis horas antes del momento de su muerte. Otra mujer ofreció el cambio con tan sólo 1 hora de antelación y la última oferta fue la de un millonario chino que ofreció su vida y su fortuna por ser Marta en el último minuto de su vida.
Fue la última oferta, pero no fue la mejor. Porque la mejor fue la mía. Ofrecí mi cuerpo y mi vida por ser Marta durante la duración de un latido de corazón, ni siquiera un segundo. Tan sólo el tiempo necesario para usar las pupilas de Carmen para contemplar mi viejo rostro.
Evidentemente, nadie pudo mejorar esa oferta. Iba a dar mi vida por ser Marta menos de un segundo, menos de una décima, menos de una centésima de segundo.
Se prepararon las máquinas para realizar el intercambio de cuerpos y se graduaron para que el cuerpo de Marta muriera justo en el instante en que se reflejara mi rostro en el verde de sus ojos.
De esta forma, cuando se cumplieron los tres meses para la desconexión, me situé cara a cara frente a su maravilloso cuerpo. Ayudé a colocar los cables que salían del cuerpo de Marta dentro de mi cabeza. Escuché la cuenta atrás y sentí un latigazo eléctrico que atravesaba mi columna vertebral cuándo pulsaron el botón para intercambiar cuerpos. Noté como mi alma viajaba por los cables y se cruzaba con el espíritu grandioso y perfecto de Marta. Todo paró, hubo un instante de tranquilidad y justo entonces, pude usar los ojos de Marta para observar los ojos enamorados de mi viejo cuerpo. Utilizando el cerebro de Marta confirmé que era su auténtico amor porque era el único que lo había dado todo por ella. Los demás habían sido egoístas y entregaron su vida y su fortuna por el inmenso placer de ser Marta durante unos segundos. Pero yo ni siquiera quería eso, yo quería que ella me viera con mis ojos de enamorado, que ella sintiera el deseo que yo le había ofrecido durante años.
Y en ese instante morí feliz porque había conseguido todo lo que ansiaba, que en el último suspiro de los pulmones de Marta, ella sintiera el mismo amor que yo sentía por ella.
Descarné y me convertí en un espíritu solitario. Pero no me importaba. Marta había estado en mi cuerpo, me había visto con mis ojos de enamorado, y me amaría hasta el fin de los tiempos. Me senté junto a la cama donde yacía el cuerpo difunto de mi amada y esperé pacientemente a que falleciera mi viejo cuerpo para reunirme de nuevo con Marta y compartir una eternidad juntos.

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