Cuando los periódicos anunciaron que Marta sufría un cáncer
terminal el mundo entero se alarmó. Marta probablemente era la más bella, la
más inteligente y la mujer con más talento del último siglo.
Pero cuando se supo que en tres meses de reloj los médicos
desconectarían las máquinas que la mantenían con vida fue comenzó la subasta.
Una vieja excéntrica de Rusia se ofreció a cambiar de cuerpo
con ella y ser la que muriera en lugar de Marta. Apenas dos horas después una
dama brasileña ofrecía su cuerpo de 40 años para intercambiarlo con el de
Marta. Al día siguiente fue un caballero inglés de poco más de 20 el que se
ofreció voluntario para morir en el cuerpo de Marta. Esta oferta la mejoró un
Patricio romano que ofreció su cuerpo y su fortuna entera por ser Marta tan sólo
los dos últimos meses de su vida.
Mientras la subasta continuaba yo no paraba de sufrir. Desde
niño había admirado la elegancia de Marta. Su forma de vestir y de caminar. Me
quedaba embobado observando los brillos dorados de su pelo y escuchando su voz
suave y melodiosa. Mientras duraba la subasta estaba horrorizado pensando que
querían expulsar al espíritu de Marta de su cuerpo bendito. No soportaba la
idea de que un extraño pudiera convertirse en la mujer que tanto amaba y tanto
deseaba.
Pero la subasta seguía. Los millonarios de todo el país
estaban dispuestos a gastar su fortuna entera por la suerte de ser Marta
durante unos pocos días. La subasta ya alcanzaba los 50 millones de euros y un
cuerpo de 24 años por ser Marta tan sólo una semana.
Y yo continuaba sufriendo. Sabía que había nacido para amar
a Marta y para que ella me amara. Estaba desesperado y dispuesto a cualquier
cosa para estar con Marta, aunque fuera un instante, un solo segundo en el que
se cumpliera el gran sueño de mi vida.
La subasta continuaba alocada. Un tipejo se ofreció a
cambiar de cuerpo con ella seis horas antes del momento de su muerte. Otra
mujer ofreció el cambio con tan sólo 1 hora de antelación y la última oferta
fue la de un millonario chino que ofreció su vida y su fortuna por ser Marta en
el último minuto de su vida.
Fue la última oferta, pero no fue la mejor. Porque la mejor
fue la mía. Ofrecí mi cuerpo y mi vida por ser Marta durante la duración de un
latido de corazón, ni siquiera un segundo. Tan sólo el tiempo necesario para
usar las pupilas de Carmen para contemplar mi viejo rostro.
Evidentemente, nadie pudo mejorar esa oferta. Iba a dar mi vida
por ser Marta menos de un segundo, menos de una décima, menos de una centésima
de segundo.
Se prepararon las máquinas para realizar el intercambio de
cuerpos y se graduaron para que el cuerpo de Marta muriera justo en el instante
en que se reflejara mi rostro en el verde de sus ojos.
De esta forma, cuando se cumplieron los tres meses para la
desconexión, me situé cara a cara frente a su maravilloso cuerpo. Ayudé a colocar
los cables que salían del cuerpo de Marta dentro de mi cabeza. Escuché la
cuenta atrás y sentí un latigazo eléctrico que atravesaba mi columna vertebral cuándo
pulsaron el botón para intercambiar cuerpos. Noté como mi alma viajaba por los
cables y se cruzaba con el espíritu grandioso y perfecto de Marta. Todo paró,
hubo un instante de tranquilidad y justo entonces, pude usar los ojos de Marta para
observar los ojos enamorados de mi viejo cuerpo. Utilizando el cerebro de Marta
confirmé que era su auténtico amor porque era el único que lo había dado todo
por ella. Los demás habían sido egoístas y entregaron su vida y su fortuna por
el inmenso placer de ser Marta durante unos segundos. Pero yo ni siquiera
quería eso, yo quería que ella me viera con mis ojos de enamorado, que ella sintiera
el deseo que yo le había ofrecido durante años.
Y en ese instante morí feliz porque había conseguido todo lo
que ansiaba, que en el último suspiro de los pulmones de Marta, ella sintiera
el mismo amor que yo sentía por ella.
Descarné y me convertí en un espíritu solitario. Pero no me
importaba. Marta había estado en mi cuerpo, me había visto con mis ojos de
enamorado, y me amaría hasta el fin de los tiempos. Me senté junto a la cama
donde yacía el cuerpo difunto de mi amada y esperé pacientemente a que falleciera
mi viejo cuerpo para reunirme de nuevo con Marta y compartir una eternidad
juntos.
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