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martes, 9 de julio de 2019

Buen Trato

Miré por la ventana como se alejaba el viejecito. Había conseguido salvar la empresa que heredó de sus padres y el futuro de sus hijos y sin tener que despedir a ningún empleado.
Cuando entró a mi despacho me llamó la atención la decisión en su marida, podía ofrecerme cualquier cosa y estaba claro que lo iba a hacer. Yo era el último recurso quienes me pedían ayuda sabían que ofrecía préstamos con usura, que compraba empresas al borde de la bancarrota y para desmembrarlas, destruirlas y vender sus activos a la baja.

Y aun así entró a mi despacho para convencerme de que comprara su empresa y la mantuviera activa y funcionando. Me habló de sus locales y sus maquinarias. No merecía la pena, la inversión necesaria era muchísimo mayor que el retorno monetario que producirían. Luego me habló que la mayor riqueza de su empresa que, según me contó, eran sus trabajadores, me dijo que estaban bien formados, con una fidelidad absoluta y además cobraban poco. Le respondí que los trabajadores me importaban un carajo porque en el improbable caso de que comprara su empresa los iba a despedir a todos.
Me miró a los ojos y me respondió que no había entendido. Que los trabajadores de los que me hablaba era la dirección ejecutiva. Me sonreí y le enseñé la puerta para que se fuera. Si se pensaba que iba a permitir que alguien dirigiera una empresa que acababa de comprar estaba alucinando.
Sigues sin entenderme, respondió. Cuando me refiero a la administración, me refiero al cuerpo directivo, o sea a mi misma, que soy la administradora y la única que puede dirigir la empresa. Por tanto, si compras la empresa tendrás que dirigirla siendo yo, mujer 25 años, rubia, licenciada en derecho y soltera sin compromiso. Si compras la empresa compras mi cuerpo.
Y por supuesto acepté. No sirve de nada ser millonario cuando se rozan los 80 años y estás a punto de morir. Así que firmó el documento en el que me cedía su cuerpo y su empresa con la única condición de que la reflotara financieramente.
Una semana después abandonaba mi despacho en mi viejo cuerpo, le costaba andar y se cansaba cada tres pasos. Pero parecía feliz porque había salvado la empresa de su padre y el empleo de sus trabajadores. Yo estaba satisfecho, ahora era más joven que mi hija, más guapa que ella y tenía una empresa que reflotar para seguir haciéndome millonario

1 comentario:

  1. Vaya infeliz, ni siquiera se acomidio a ayudar a su propio cuerpo a llevar una buena vida sus últimos años, pero bueno, ya le llegará el karma jeje

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